Si hay novelas que represantan a un país, Cien años de soledad podría representar perfectamente a Colombia. Me estoy refiriendo a que uno puede pensar en El Quijote y España, en Los miserables y Francia, en El Aleph y Argentina, en Las almas muertas y Rusia, y un largo etéceta de obras que encajen con sus respectivos países. Sin embargo, todos estos ejemplos anteriores son elecciones mías que no necesariamente tienen que coincidir con las representaciones literario-nacionales que se les pueda ocurrir a otros lectores.
Esta novela del escritor Gabriel García Márquez -Gabo, para los amigos-, a mi parecer, se reconoce en el espejo del país caribeño tanto en idiosincracia, en historia, en exploración y aventura, y en una realidad panhispánica con un fuerte énfasis en aquel "cónclave" de grandes escritores hispanoamericanos de mediados del siglo XX, también conocidos como "El boom literario hispanoamericano".
La crítica literaria ha llamado a este movimiento o estilo artistico de la historia de las letras en América, Realismo mágico. Y, en efecto, uno cuando lee esta novela se da cuenta de que las fronteras entre la realidad y la fantasía sobrenatural son imperceptibles por la gran maestría del novelista colombiano. Por lo tanto, si la primera premisa que tiene que tener toda gran obra literaria es que la ficción sea verosímil, Cien años de soledad la cumple a cabalidad.
Más que el tiempo, en esta novela lo relevante es el lugar donde ocurren los hechos. El tiempo puede tener un origen, pero no tiene un final porque la idiosincracia de una nación es intemporal, a menos de que haya un reemplazo de una población sobre otra, como ocurrió en lo que hoy es Inglaterra. Antes de las invasiones germánicas a la Britania romana, la nación celta era la predominante tanto en población, lengua y cultura. Pero la gran masa de gente de etnia germánica que llegó tras la caída de Roma configuró una nueva realidad en Britania, que hasta el nombre cambió evidenciando los nuevos pueblos que ahora eran mayoría: anglos y sajones. No obstante, Colombia es Colombia desde el inicio de los tiempos: le debe su nombre al histórico navegante Cristóbal Colón y ha sido poblada por indígenas autóctonos como por gentes venidas de todas partes del mundo, como en todos los países de nuestro continente. Además, se halla en pleno Caribe salvo por excepciones como una costa pacífica demasiado lluviosa, la selva amazonica en el sur y la cordillera de los andes que nace simbólicamente en Perú y termina en Venezuela por el norte y por el sur termina en Tierra del fuego, entre Argentina y Chile.
La geografía de nuestra América es hermosa, como sus gentes. Así lo demuestra Cien años de soledad, con sus paisajes selváticos, húmedos, cálidos y en convivencia con la fauna. Yo creo que la naturaleza en esta novela es otro personaje más, y se entrelaza con los innumerables personajes que nos presenta García Márquez. Naturaleza difícil; naturaleza domada por la idiosincracia de un pueblo aguerrido, vehemente, apasionado, voluptuoso y libre (así nos lo describe el autor y le creo). La libertad, muchas veces en esta obra, es la que se deja llevar por el deseo, sin los impedimentos de una moral omnipresente.
Macondo es el epicentro del tiempo y del espacio; una nueva Jerusalém insertada en la jungla. Un pueblo creado a imagen y semejanza de exploradores y aventureros en busca de un nuevo El Dorado. José Arcadio Buendía es el patriarca espiritual de los macondianos. La peregrinación funadacional se vuelve una Odisea. Cien años pasarán desde el nacimiento de Macondo hasta la muerte del último de sus vástagos.
Lo qué más me ha gustado de esta magnífica obra es la idiosincracia de sus personajes. Creo que Macondo es una pequeña Colombia y, por ende, representa a todo ese país. No digo que sea una idiosincracia ejemplar para otros países, sino una idiosincracia que representa a los colombianos. Así como hay una idiosincracia o modo de ser de los alemanes, de los españoles, de los peruanos, de los estadounidenses, etc. Cada país o etnia tiene una propia idiosincracia que, al fin y al cabo, es la identidad cultural de una nación.
Gabriel García Márquez se ha ganado un merecido lugar entre los mejores escritores hispanoamericanos del siglo XX por méritos propios. Incluso en lo lingüístico destaca como creador de neologísmos: "nostalgización" (en la página 384 de la edición de Penguin Random House de 2023). Y la cantidad de colombianismos y unidades léxicas que enriquecen nuestro idioma, y que aparecen esta obra, demuestran que estamos ante la construcción de una gran obra. Se suele decir que el artista, en este caso el escritor de literatura, es un arquitecto. Gabo despliega todas sus herramientas y construye una estructura sólida y la ornamenta de manera maguistral. Su literatura huele a café colombiano y a selva húmeda tras la lluvia. No habrá en esta novela grandes y larguísimos dialogos como en William Faulkner y otros novelistas estadounidenses, pero, sin embargo, hay oraciones precisas que comunican de forma concreta lo que nos quiere contar.
Cien años de soledad es una novela fundacional para la literatura colombiana, pero también lo es de forma literal: se funda Macondo, como el centro del universo donde todo indefectiblemente tiene que ocurrir.
Las ilustraciones de esta impecable edición, por parte de Luisa Rivera, son sobrias, elegantes, precisas y nos invitan a descubrir que tras estas imágenes hay un microcosmos del cual podemos disfrutar tanto intelectualmente como placenteramente, o de ambas formas. Eso ya va de acuerdo con el lector o lectora.
27 de mayo de 2025
Juan Post

