sábado, 16 de noviembre de 2013

Reseña de "San Manuel Bueno, mártir", de Miguel de Unamuno

       Miguel de Unamuno profundizó en asuntos filosóficos sin desvincularse de la literatura. En su amplia producción literaria estas temáticas están presentes cronológicamente en las diferentes etapas de su obra. La reflexión histórica[1] de su tiempo forma parte de la modernidad en Unamuno. Como hombre de su tiempo, y más aún en el contexto histórico en el que vivió, su personalidad y su talento como escritor hizo que su prolífica obra trascendiera, no sólo en el campo de la literatura sino también en otros como la filosofía, la teología, el periodismo, la crítica literaria y el pensamiento político.

         San Manuel Bueno, mártir, es una novela, por tanto, de tintes filosóficos y religiosos, que aborda muchos temas que tienen que ver con el ser y su devenir. El ser, en su permanencia en esta vida, y el devenir en cuanto a lo que hay más allá de la muerte. Estas dos premisas formarán en esta novela una sola entidad. La relación entre cuerpo y espíritu, o entre el ahora y el mañana. en el ser humano es la mayor preocupación del protagonista de la obra, el cura Manuel Bueno. Tanto las personas más allegadas a él, como los hermanos Ángela y Lázaro Carballino, comparten estas mismas inquietudes.
         Aunque sabemos o percibimos las temáticas fundamentales de esta obra, el argumento podría tener diferentes interpretaciones. Esto no es algo nuevo porque los estudiosos del escritor bilbaíno coinciden en que el argumento unamuniano carece de desarrollo o conclusión[2]. Pues, por un lado, tenemos a Manuel Bueno, el cura del pueblo que, pese a su profundo ateísmo, persiste en adoctrinar (o mantener) en la fe a los habitantes de Valverde de Lucerna. El religioso, antes que hombre de Dios, es hombre a secas; es decir, prefiere que el pueblo no deje de creer en un Dios del que él mismo no cree. Esto lo hace para proteger a su pueblo; protegerlo, quizá, de sí mismo: si el pueblo pensara como Manuel Bueno estaría perdido. Esto se puede deducir a partir del hecho de que el padre forastero de Ángela Carballino le legó en herencia unos pocos ejemplares de libros, y que estos eran los únicos del pueblo. En otras palabras, el pueblo era inculto, poco formado y, en consecuencia, vulnerable espiritualmente. El pueblo no sería capaz de entender o profundizar los pensamientos de su guía espiritual. Éstas eran las preocupaciones de Manuel Bueno para con su pueblo y él no los quería defraudar. En este aspecto podemos notar un extraordinario humanismo. Quizá Bueno tendría razón y el pueblo se podría degenerar moralmente si, como decía Nietzsche y otros filósofos similares, supiera o entendiera que Dios ha muerto[3].

          Pero uno de los ejes principales de la temática que Unamuno utiliza en San Manuel Bueno, mártir, junto al ser, es, como dije anteriormente, el devenir del hombre. Y este devenir pasa indefectiblemente por el hecho natural de la muerte del individuo y su posterior estadio, en palabras del filósofo danés Kierkegaard. Entonces se plantearían las preguntas metafísicas de que hay más allá de este proceso natural. Los estadios que Kierkegaard aplicaba para denominar varios aspectos o etapas de la vida también podrían aplicarse para este nuevo escenario que se plantea a partir del cese de la vida en el sentido cristiano, trascendente o por la mera curiosidad de saber qué hay más allá de lo conocido.


         La existencia de la muerte es la razón de ser de diversas disciplinas del conocimiento como la filosofía, la religión, la literatura, el arte, etc.[4]. Porque saber que existe, que forma parte del proceso natural de la vida, mueve el intelecto, el pensamiento y salimos de ese estado autómata o de evasión en el que predomina el pragmatismo cotidiano, resumido en el concepto de deshumanización posterior a la Segunda Guerra Mundial. De este modo, esta novela nos plantea el ofrecimiento de la vida[5]; la del cura Manuel Bueno, que se sacrifica por su pueblo para mantener la armonía y la felicidad. Pero para que su sentido humanitario se lleve a cabo había que tener unas características particulares, como psicólogo empírico, o de la experiencia, para conocer a sus feligreses y mantenerles a salvo de cualquier perturbación de índole moral.

         El ser humano de por sí está influenciado por diversas ideologías, pensamientos o tendencias de diferentes procedencias que moldean su carácter. Esta penetración de influencias los hace vulnerables ante estos conocimientos. Manuel Bueno sabía que sus feligreses no estaban capacitados intelectualmente para hacer frente a una realidad que no estuviese dentro de los parámetros de la fe. Con esto, podemos notar una característica paternalista en el sacerdote, como un padre que protege a sus hijos, Bueno prefiere seguir con la pantomima de la fe, no decirles que él tampoco, en el fondo, cree. Él salvaguarda a su pueblo de las inclemencias de descubrir la verdad. Él, como portador de un ateísmo recalcitrante, no podía "contaminar" a sus hijos con sus pensamientos.


         El sacrificio es casi mesiánico: ofrece su cuerpo y espíritu en favor de los demás, de sus semejantes, de sus prójimos. Como Cristo, en la cruz, Bueno se inmola por ellos, por sus vidas, allí, en aquella realidad; porque el devenir es inexistente más allá de la muerte. Y Ángela Carballino podría ser la apóstol femenina que da testimonio de todos estos hechos, para que permanezcan a buen recaudo en el futuro, y sirvan como ejemplo humanista, por encima de cualquier dogma cristiano o espiritual; el humanismo como dogma que prescinde de todo vínculo institucional; el humanismo como norma de convivencia.
         Estas semejanzas entre Bueno y Cristo son evidentes. La novela de Unamuno es casi una alegoría al evangelio, un símil, un ejercicio comparativo. Si Cristo murió en la cruz, Bueno morirá por y para su pueblo; su tiempo se lo dedica exclusivamente a ellos, se desvive por su tranquilidad y bienestar en todos los aspectos. No hay momento en su vida en el que no haga nada en favor de ellos.
         Manuel Bueno conocía a su pueblo y no es sino hasta la llegada de Lázaro, hermano de Ángela, que alguien descubre la verdad oculta, aunque anteriormente ella le hizo una serie de preguntas que no se correspondían con las que las jovencitas de aquel entonces le hacían al cura. Estas preguntas eran más profundas, de cuestionamiento de la fe, de un calado que estremecían al cura el cual no sabía cómo responder convincentemente. Y Lázaro, el hermano que volvió a Valverde de Lucerna desde América, el hombre que había adquirido los conocimientos y el pensamiento liberal de las repúblicas hispanoamericanas, es quien cuestiona también al cura y éste termina confesando lo que hasta ese entonces nadie sabía. Son ellos tres, entonces, cómplices de aquel secreto; pero Ángela es la única que mantiene verdaderamente su fe. A pesar del ateísmo de Bueno, él quiere que ella siga creyendo, así como todo el pueblo. Lázaro, en cambio, era como él: compartían un escepticismo religioso incurable.

          Otro de los aspectos que llaman la atención de esta novela es su modesta extensión. Sin duda, de haber tenido San Manuel Bueno, mártir unas doscientas o trescientas páginas su volumen se hubiera parecido más a las grandes (en extensión, no en calidad) obras de los novelistas rusos e ingleses. Sin embargo, creo que de haber querido Unamuno darle una mayor extensión lo hubiera hecho. Pero esta brevedad tiene un sentido lógico que va más allá de convencionalismos, de estéticas y de estrategias de mercado (para vender más libros) que no se corresponden con un Unamuno comprometido con su literatura. Porque para el escritor bilbaíno la ausencia de todo elemento de relleno[6] era parte de su poética literaria. Esto también lo aplicaba para sus obras de teatro. Con esto Unamuno reafirmó su compromiso con su literatura más que con una estética destinada a satisfacer los apetitos económicos de las editoriales.

          Es su brevedad la que hace de esta novela un compendio que concentra una serie de ideas y temáticas que el autor quiere narrar o desentrañar a través de ella. Quizá pensó, el escritor bilbaíno, que con una mayor extensión se perdería lo esencial de esta obra. Como lector confieso que me hubiera gustado leer más páginas, por lo interesante que me resultó; pero, no obstante, me animó a seguir indagando en los temas que orbitan alrededor de esta magnífica obra literaria.


          Hay muchos ejemplos de novelas de estas dimensiones que han conseguido un efecto similar. Pienso que, de alguna u otra manera, Unamuno ha hecho de San Manuel Bueno, mártir, una obra antievangélica, en el sentido de que no anuncia una buena nueva sino todo lo contrario: que los aldeanos (que representan a la humanidad en definitiva), al ser gente poco formada, debe conformarse con creer, porque eso encaminará sus vidas por el camino correcto, sin dilaciones ni complicaciones. Pero si se salen de ese camino trazado, y al no tener las herramientas necesarias para hacer frente a la dureza de la vida, podrían degenerarse hasta convertirse en aquello que los destruiría. 
         La mención antievangélica en esta novela es en el sentido filosófico y no anticlerical. Se sabe que Unamuno, durante su niñez y adolescencia, fue un ferviente creyente[7]. Esto explicaría el abundante tratamiento sobre estas temáticas en su prolífica obra literaria.


          Unamuno es el escritor de la duda teológica, para lo cual utiliza herramientas de la filosofía existencial y otras similares en esta novela. Esta duda de fe es más evidente en el personaje de Ángela Carballino, pues en su hermano Lázaro y en el cura Manuel Bueno, e profundo ateísmo es incuestionable.

          Otra de las cuestiones, entre muchas, interesantes de esta novela es la mención del elemento sindical[8], debido, quizá, al contexto histórico en que se escribió esta obra literaria, por parte del Lázaro, cuando le propone al cura Manuel Bueno formar un sindicato de agricultores o campesinos para su mejor organización.

         Durante los tiempos de la república española, los movimientos progresistas hallaron un lugar para manifestarse. Sin embargo, la década de 1930 fue convulsa en España debido a los constantes cambios de gobiernos de carácter conservador y de izquierdas. Los valores democráticos estaban también en cuestionamiento en esos tiempos y Unamuno no era ajeno a ello como se muestra en aquel episodio de la novela donde se habla expresamente de alguna forma sindical.       
        Y, precisamente, no había sido desde los tiempos de Carlos V, donde hubo una apertura del pensamiento renovador, como el humanismo, el erasmismo y la Reforma[9] hasta la república donde se pudo escribir con libertad, sin la censura de la iglesia católica.

        El relato de San Manuel Bueno, mártir se ubica dentro de este contexto histórico en el cual se puede hablar libremente de la no existencia de Dios, si que le enjuicien o maten. Pero esto se termina, lamentablemente, durante la dictadura franquista. La misma suerte tuvo otra de las generaciones de grandes escritores españoles: la Generación del 27. 

        Volviendo al aspecto psicológico y espiritual es de destacar al personaje Blasillo, el discapacitado mental, que exclama las últimas palabras de Cristo en la cruz. El abandono de Dios podría interpretarse como una metáfora de la vida misma: Blasillo exclama un por qué a su condición de discapacitado. Es el hombre, que representa a toda la humanidad. Y es el cura Manuel Bueno quien, por medio de la razón, acepta la realidad como única vía para desarrollar el humanismo. Es decir, no hay una explicación teológica para la realidad; la realidad es aquí y ahora; fuera de ese contexto no hay más realidades ni refugios espirituales para los hombres buenos. La bondad o la buena convivencia es el humanismo; el humanismo descontaminado de religión es el único dogma para el cura de Valverde de Lucerna.

         El personaje de Ángela Carballino podría considerarse ambivalente, que duda por momentos de aquella fe a la que se aferra aunque su razón le diga que no tiene sentido seguir creyendo. Además es ella quien narra la historia.

           La influencia de su hermano Lázaro que viene de América, un ateo confeso que ha adquirido las ideas liberales de las jóvenes repúblicas americanas independizadas de España, ejerce también una influencia en ella. Es él quien también muestra rasgos complejos, pero determinados por su ateísmo. Pero la personalidad más compleja es la del protagonista, el cura Manuel Bueno. Resulta paradójico su doble discurso: por un lado a sus feligreses les anuncia las buenas nuevas del evangelio y por otro lado, a Lázaro, primero, y luego a Ángela, les cuenta la verdad: su fe frente a la incredulidad[10] de su pensamiento. En este punto cabe mencionar que de no haber llegado Lázaro la verdad de Bueno no hubiera salido a la luz. Es Lázaro el leitmotiv, el epicentro de la confesión del cura de Valverde de Lucerna. Es como si se hubiera visto en un espejo y ante él no había la posibilidad de ocultar u omitir la esencia de Manuel Bueno.
          El factor religioso, que lo acompañó en toda su trayectoria literaria, en Unamuno es fundamental para entender su poética:

«Tal vez se encuentra España ahora en el momento más crítico y más decisivo de su vida social; tal vez estamos a punto de cosechar la amarga lección del desastre; tal vez va a decidirse si he de ponernos al paso y al rumbo de los demás pueblos cultos o hemos de volver a la vieja y pedregosa rodera del pasado. Nunca ha estado la política española tan revuelta y enmarañada como al presente se nos muestra, pocas veces tan agitado el espíritu público, y es porque se plantea al cabo la cuestión de las cuestiones, la cuestión batalladora, la vital para España, la cuestión religiosa[12]».
        Pero Unamuno no sólo está influido por el pensamiento erasmista y existencialista; también, por medio de esta novela, notamos rasgos evolucionistas en sus premisas. Esto le hace un escritor ecléctico que aborda diferentes temáticas desde distintos puntos de vista y coge lo que cada teoría tiene de bueno[11]. Quizá por eso la prosa, como medio temático, de Unamuno es versátil: deja puertas abiertas para la libre interpretación, no es rígido en sus teorías y deja que el lector saque sus propias conclusiones. Desde ambas orillas, desde la fe y desde el ateísmo, el lector se puede identificar con estos personajes o con la historia en su conjunto de esta imprescindible obra literaria.
 
Juan Post


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[1] ZAVALA, Iris, Unamuno y el pensamiento dialógico, Barcelona, Anthropos (1991), pág. 17.
[2] Ibid., pág. 111.
[3] HEIDEGGER, Martin, «La frase de Nietzche "Dios ha muerto"», en: Sendas Perdidas, Buenos Aires, Losada (1979), pág. 177.
[4] ALBA PELAYO, Mª Asunción (Prólogo de Esteban Pujals), Unamuno y Greene (un estudio comparativo), Secretariado de publicaciones de la Universidad de Alicante, Alicante (1989), pág. 11.



[5] Ibid., pág. 51.
[6] VV.AA., Volumen IV, homenaje en el cincuentenario de la muerte de Miguel de Unamuno (ed. Jesús María Lasagabaster), San Sebastián, Universidad de Deusto (1987), pág. 47.  [7] VV.AA., Estructuras y técnicas narrativas en el cuento literario de la Generación del 98: Unamuno, Azorín y Baroja (segunda edición), Pamplona, Universidad de Navarra (1998), pág. 47.
[8] LIDA, Clara E., Antecedentes y desarrollo del movimiento obrero español (1835-1888), Madrid, Siglo XXI (1973), pág. 47.
[9] VALDÉS, Juan de, Diálogo de la lengua, Madrid, Clásicos Castalia (1985), pág. 7.
[10] VV.AA. El ateísmo contemporáneo Vol. IV, Madrid, Facultad de teología de la U. Pontificia Salesiana de Roma (1973), pág. 83. 


[11] UNAMUNO, Miguel de, Prensa de Juventud (ed. Elías Amézaga), Madrid, Compañía Literaria (1995), pág. 60.[12] VV.AA., De patriotismo espiritual: artículos en «La Nación» de Buenos Aires 1901-1914,



Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca (1997), pág. 77.











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