El espíritu o esencia del romanticismo
alemán, tiene como puntos de partida, fundamentalmente, primero, una
búsqueda incesante de aventuras y, en segundo lugar, el de ser un contrapeso a la época
de la razón a ultranza de los ilustrados y neoclásicos. Este
movimiento artístico e intelectual alentará, entonces, la imaginación, la fantasía y los sentimientos.
Los orígenes de esta escuela se remontan a los breves años, entre 1798 y 1800, en los que se publicaba la revista Athenäum1,
dirigida por los hermanos Schlegel. Estos inicios, a su vez, se
llevaron a cabo con las aportaciones teóricas de los filósofos
Fichte, Schelling y Herder. Asimismo, los narradores Tieck y
Wackenroder, y el poeta Novalis, contribuyeron a impulsar este
movimiento artístico. Cabe señalar que además de la citada
revista, también tuvo mucho que ver, en los primeros años del
Romanticismo, el movimiento Sturm und drang que
fue su antecedente más inmediato.
El
Romanticismo, en su fase inicial, se inspiró en la visión
aventurera del filósofo Johann Gottffried Herder. A este respecto,
es famoso este pasaje donde demuestra tal iniciativa de salir
al mundo: «Mi única
intención es conocer desde más perspectivas el mundo de mi Dios»2.
Cabe mencionar que en el Romanticismo el culto al genio se refiere a aquellos en quienes se
personifica la libertad y desarrollan una fuerza creadora; es decir, en los llamados genios del ímpetu3. Así, pues, los literatos de esta escuela en Alemania y en Europa van a ser genios del ímpetu. En España, Larra es un claro ejemplo de ello.
En cuanto al contexto histórico, el primer Romanticismo transcurrió durante la Revolución francesa4;
por esta razón hubo puntos de encuentro entre los ideales de ambos
acontecimientos. Schlegel, decía que el idealismo5,
uno de los pilares de la escuela romántica, coincidía con el de la
Revolución. Sin embargo, poco duró esta visión idealista por parte
de los románticos alemanes. Cuando esta derivó en excesos, que se
reflejaron en terror y opresión en nombre supuestamente de la
libertad, decidieron abandonar dichos ideales revolucionarios en el
sentido ideológico y moral. Así, la razón revolucionaria se volvió
opresión, y se puso en duda que el progreso traiga siempre lo mejor.
En palabras del escritor y periodista alemán George Forster, quien
se encontraba en Francia en el preciso momento de la Revolución, vio cómo esos ideales de libertad se fueron degenerando en
injusticia: «Al mundo le
espera la tiranía de la razón, quizá la más férrea de todas»6.
De esta forma, los románticos se empezaron a preguntar si el
verdadero progreso provendría de lo antiguo y primitivo. De tal modo que, en este
nuevo escenario, se allana el camino y vuelve a gustar lo oscuro y
las historias de héroes en parajes lejanos7.
Por otra parte, debemos resaltar que los románticos alemanes, por
medio de la figura del filósofo Fichte, destacaron en dos aspectos
cruciales en la concepción del Yo: el Yo trascendental
(inconsciente) y el Yo empírico (consciente), los cuales estaban
enlazados8.
Muestra de esta elevación del Yo, tanto el activo como el
observador, son las pinturas de Caspar David Friedrich que nos
ofrecen la imagen del mundo a los pies de sus protagonistas9.
Por último, la reflexión que nos suscita esta escuela es que el Romanticismo buscaba la intensidad, y esta intensidad
llevará a sus héroes o protagonistas (o incluso a sus propios autores) al sufrimiento y a la
tragedia. Solo así se explica esa apelación a lo fantástico, a lo
inventivo, a lo metafísico, a lo imaginario y a lo abismal.
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1
SAFRANSKI,
Rudiger: Romanticismo,
Barcelona, Tusquets, 2009, pág. 13
2Ibid.
pág. 19
3Ibid.
págs. 22-23
4Ibid.
pág. 30
5Ibid.
pág. 33
6Ibid.
pág. 35
7Ibid.
pág. 52
8Ibid.
pág 72-73